Una reflexión
sobre lo legal y lo legítimo, desde la Asociación de
Psicólogos
Sociales de la República Argentina
Por Septiembre 2004 - Publicado en
Este texto fue leido en el marco del II Congreso Patagónico cuyo tema
fue “Lo legal y lo legítimo”. Su autor participó en el mismo como Presidente
APSRA (Asociación de Psicólogos Sociales de la República Argentina)
En un principio fundacional de la formación de psicólogos sociales en la
Argentina, la escuela creada por Pichon Rivière fue concebida para satisfacer
una necesidad operativa del IADES, Instituto Argentino de Estudios Sociales
y poder contar con operadores formados y entrenados para trabajar en los
diferentes ámbitos, vinculados a los proyectos que diseñaba e instrumentaba el
instituto y cuyo abordaje se realizaba a partir del modelo del ECRO de Pichon.
Esta escuela, llamada originalmente de Psiquiatría Dinámica, se
implementó para dar cuenta de la formación de operadores y fue en un principio
ámbito privilegiado para médicos y psiquiatras y después ampliado a otras
disciplinas o roles, que instrumentándose desde la orientación de la psicología
social, podrían -como agentes de cambio planificado- volverse modificadoras en
sus ámbitos concretos de inserción.
Como parte de esta estrategia el IADES también creó la Editorial
Escuela, para traducir y editar textos sobre la problemática específica, debido
a la total ausencia de bibliografía en español que existía en esos años.
En realidad, Pichon tenía como proyecto poder dotar a las personas, en
sus roles formales, de una capacidad de cambio en su propio ámbito, y no en un
ámbito diferente.
Y esto es un dato fundamental para comprender la problemática de nuestra
formación, que a veces nos ha generado confusiones a partir del crecimiento de
la escuela original y de la creación de nuevas escuelas, después de su
fallecimiento en 1977.
La “escuela” planteó un cuerpo teórico y práctico, que dio sentido a un
ECRO, pero también un planificado dispositivo formativo, que incluía desde los
conceptos y herramientas del ECRO, hasta pautas para la supervisión tanto del
trabajo grupal como de los de los equipos de coordinación. Era un dispositivo
complejo, riguroso y profesional. También era antieconómico y fue entre otros,
uno de los motivos por los que Pichon contara al fallecer, con muy escasos
recursos económicos.
Aquí interrumpí el relato para comentar:
En el Diccionario de Psicoanálisis (2000), Élisabeth Roudinesco, psicoanalista
y la más importante historiadora de la psiquiatría y el psicoanálisis, se
refiere a la escuela fundada por Pichon Rivière:
“Lejos de reproducir la jerarquía de los institutos europeos y
norteamericanos, en los que prevalecía la relación maestro-discípulo, los
pioneros argentinos formaron más bien una república de iguales”.
“Se orientó entonces hacia diversas formas de práctica de grupal, desde
la creación en 1947 de lo que él denominó “el grupo operativo”, cuya tarea era
responder a las dos angustias fundamentales de la vida social e institucional
(el miedo al ataque y a la pérdida), hasta la fundación, en 1959, de la Escuela
de Psicología Social, donde pudo transmitir no sólo la concepción de la
2enfermedad única” sino también una enseñanza original y abierta a las
aspiraciones de la juventud estudiantil”.
“En consecuencia y también por el gusto de la independencia y la
negativa a encerrarse en un dogma, elaboró una enseñanza muy poco ortodoxa que
entreteje múltiples influencias”.
Al establecer las características de cómo debía ser producido el
aprendizaje, sentó un precedente nuevo en lo referido a la educación y
formación, en especial del adulto.
Esta característica, propia del concepto de “enseñaje”, es quizás la que
ha creado dificultades para “oficializar” (legalizar) y legitimar la formación
del psicólogo social.
Por todo esto este modelo formativo es incompatible con los modelos
tradicionales o instituidos que están vigentes en todas las universidades y
sistemas educativos.
¿Quiénes y por qué luchan por un reconocimiento que los vuelva
“legales”?
¿Quiénes lo hacen sin pensar que a veces lo legal puede anteponerse a lo
legítimo?
Por un lado tenemos las escuelas de Psicología Social, que en la medida
que la oferta de formación creció, sienten que el reclamo de los alumnos es el
reconocimiento “legal” de la formación que reciben.
Alumnos que ya no buscan esa experiencia original.
Este reconocimiento buscado es del título que proviene de la norma, la
del papel, la que nos da “legalidad” a través de un documento y no de lo que
somos nosotros mismos. El obstáculo no está en el cuerpo teórico que debe
enseñarse, sino en el cómo debe enseñarse.
Muchas universidades me han solicitado a través de los años que creara
la carrera de psicología social o en su defecto el postgrado.
La única condición que siempre pusieron, no fue la de recortar los
contenidos teóricos o la línea de pensamiento, sino adecuarse a la forma de
enseñar de los modelos tradicionales.
Más horas de cátedra, pero no grupos para trabajar y trabajarse.
¿Cuál es el otro lugar para mirar esta problemática?
Si APSRA cree en el rol del psicólogo social pero no totalmente en su
formación profesional, debe encontrar los medios para completar esta formación
y desde la misma asociación, iniciar la lucha de la idoneidad profesional,
único lugar desde donde se puede ser portador de “legitimidad”.
Aceptemos a los fines metodológicos que existe un antes y un después de
las demandas de un título reconocido. El “antes” nos muestra un existente de psicólogos
sociales, formados con una heterogénea gama de escuelas. Miles y miles de
egresados con variadas formas de enunciar su título.
¿Cuántas veces hemos hablado entre colegas, de las falencias formativas
y de las pobres exigencias de muchas de estas escuelas?
¿Cuántas veces hemos cuestionado a compañeros promocionados, tanto por
su nivel de aprendizaje como por el re-trabajo sobre su persona y por
consiguiente de su capacidad de insertarse y ejercer positivamente su rol de
psicólogo social?
Lo hemos hecho año tras año. Y esto va a seguir, con o sin título
oficial.
Hoy, a muchos de ellos, si se presentan a asociarse a APSRA, los
asociamos, los reconocemos como psicólogos sociales. ¿O en realidad, los
estamos reconociendo como carenciados de lo mismo que sienten muchos de los
asociados que ya están dentro de APSRA?
Por eso estoy convencido que cuando hablamos de “legalizar” u
“oficializar” estamos hablando de dos cosas diferentes.
Planteado como está el tema, para las escuelas la “oficialización” tiene
mucho que ver con la dimensión institucional, con el atravesamiento de temas
económicos, con la adecuación a la demanda de sus alumnos. O por lo menos con
su capacidad operativa de seguir ofreciendo esta formación. Tiene que ver con
seguir o no seguir existiendo con el mismo modelo planteado en su origen.
En cambio para el psicólogo social que ya se ha formado, la legalización
o su reconocimiento, tiene que ver con su salida laboral, con su mayor o menor
capacidad de trabajar.
Pero, independientemente del título que “lo habilita”, el psicólogo
social, ¿está realmente preparado para operar en el ámbito de sus incumbencias,
está preparado para ser una alternativa que satisface una demanda laboral que
le solicita estar en condiciones para operar y producir resultados?
Nosotros creemos que el primer paso es también el principal. Es el del
reconocimiento del rol. El reconocimiento de la acción positiva, el del saber
operar, y no del título.
Esta etapa corresponde al reconocimiento de los resultados sobre las promesas.
Es el terreno de la praxis y no de la especulación teórica y del ombliguismo
que llevó a la creación de más y más escuelas, para que más y más egresados
trabajen en esas escuelas, pues la mayoría no se siente correctamente
instrumentado para trabajar fuera de ellas.
Yo, en lo personal, estoy seguro que ese no era el sueño de Pichon.
Pichon buscaba la formación de operadores y no la de reflexionadores
sistemáticos de la psicología social paralizados ante el trabajo de campo.
Si no hay operadores, no hay fuerza de cambio.
Estamos convencidos de que APSRA, como parte de una acción más general y
conjunta, puede ser un instrumento para lograr el reconocimiento del rol, es
más, estamos seguros que debe ser APSRA por sobre cualquier otra instancia
legal, institución educativa o gubernamental.
También sabemos que APSRA debe cambiar en forma profunda para poder
implementar y satisfacer esta necesidad.
APSRA es una asociación de profesionales y debe ser
fundamentalmente para los que ya han dejado su condición de estudiantes y
desean ejercer su condición de profesionales.
Un espacio para seguir apropiándose de conocimiento desde otro lugar,
supervisando su trabajo, conceptualizando su experiencia.
Si los egresados de las escuelas no están en condiciones de operar en
sus diferentes ámbitos de inserción, no encuentran espacios para ser contenidos
profesionalmente en su gestión, necesitan ser supervisados en su tarea, es
APSRA la que debe dar cuenta del problema y buscar una solución.
Si APSRA cree que el rol del psicólogo social es legítimo, debe
encontrar los medios para completar la formación, teórica y práctica y desde la
misma asociación luchar por el reconocimiento de la idoneidad profesional.
Si no hay idoneidad profesional, no es posible acceder a lo legítimo. Es
la asociación la que tiene que reconocer al psicólogo social para poder así
recomendarlo, defenderlo y pelear por él ante las diferentes instituciones para
mejorar las posibilidades de inserción laboral.
A mi entender APSRA no puede demorar más la emisión de un juicio de
valor sobre la formación del psicólogo social y en especial de sus asociados.
En la actualidad la asociación reconoce miembros activos, adherentes y
honorarios. Activos son todos los asociados que ya han finalizado sus estudios
y adherentes son los que están estudiando. Pero esto no solamente no alcanza,
sino que no está bien que así sea.
Para que la asociación tenga autoridad técnica para asistir en la
formación y autoridad moral de emitir juicios de valor, necesita miembros
profesionales, didactas, académicos, o como finalmente estos sean llamados.
Necesita de todos esos colegas idóneos y experimentados, para tener la
representatividad que trasfiera legitimidad a la formación y al rol.
APSRA no debiera abandonar el rol y la función protagónica de ayudar a
finalizar la formación del psicólogo social. La de la instrumentación o la de
la especialización.
Para contar en la asociación, con miembros que sean profesionalmente
idóneos, tiene que crear mecanismos y organismos para que el psicólogo social
pueda supervisar su trabajo. Nutrirse y enriquecerse de la experiencia de los
colegas, acumular praxis, para poder articularla con la teoría y generar nuevos
cuerpos teóricos en base a nuevas experiencias.
La sistematización de las experiencias es la propuesta concreta que los
psicólogos sociales pueden ofrecerle a la sociedad, ese lugar donde se
registran todas las articulaciones entre sujetos e instituciones.
Esta base de experiencia es la que nos permitirá ofrecer beneficios en
nuestros contratos laborales.
Al igual que todas las profesiones, la nuestra no escapa a la demanda de
nuestros clientes de querer resultados, sean estos los habitantes de una villa
carenciada que tiene que organizarse para poner agua corriente o instalar un
dispositivo para que puedan operar una guardería para los hijos de las madres
que trabajan, o los de una empresa, para trabajar como operadores en la problemática
que plantea un cambio organizacional.
Los resultados de todas estas experiencias son los que construyen la
legitimidad de nuestro rol.
Es cierto que una alternativa válida para muchas escuelas fue buscar la
“oficialización” y convertirse en un modelo más del tipo “universitario” y así
someterse a la forma oficial de impartir la enseñanza. Algunas escuelas hasta
han recurrido a llamar el re trabajo en grupo con otro nombre, para así poder
darles a los alumnos más proceso grupal. Haciendo algo “ilegal” para no perder
“lo legítimo”.
Como parte de esta situación también apareció la carrera universitaria
de Psicología Social en instituciones privadas y casi con certeza se creará en
la UBA el postgrado de Psicología Social, allí donde no existe ni el trabajo
grupal para la real y efectiva apropiación de conocimientos, donde a veces ni
siquiera se estudian los aportes de Pichon Rivière.
Es ¿“lo correcto”?, ¿es el camino de “lo legal”?
Entonces ya tenemos y tendremos más camadas de psicólogos sociales
recibidos, prolijitos, legales, reconocidos, oficiales, etc.
¿Son éstos los psicólogos sociales en los cuáles creemos?
¿Son éstos los que necesitan la comunidad, las organizaciones?
¿Qué es lo que yo creo que sentiría y pensaría Pichon?
Pensaría que lo que no debiera ponerse en juego, en la búsqueda de una
cuestionable legalidad, es la pérdida de estos espacios tan singulares para
reflexión, para pensar y pensarse, que son las escuelas de psicología social.
Uno de los pocos dispositivos que formalmente o informalmente luchan
contra la estereotipia, contra lo no dialéctico.
Este espacio fue creado para eso, para volver a crear en el individuo
plasticidad, adonde no la había. Adaptación activa y una capacidad
transformadora, tanto hacia adentro como hacia afuera. Con el otro y junto al
otro.
El psicólogo social es un artesano, su profesión es un oficio que
se hace haciendo, pero artesano y oficio en su más pura acepción, que es la del
aprendizaje en contacto con el saber experto de otro. La forma en que el saber
puede heredarse gracias a la presencia del maestro.
La educación formal es muchas veces onanista. El pensar, el sentir y el
hacer están planteados en la soledad, escindidos, sin posibilidad de la
sinergia que representa la articulación de estos tres registros frente al
objeto de conocimiento que incluye a los vínculos internos y externos. La forma
en que se enseña o enseñaba psicología social en la Argentina, obligaba al
individuo a pasar por estos tres estadios, integrándolos luego en la tarea.
Pero por otra parte se plantea este problema: ¿Cuántas de las personas
que cursaban las escuelas pensaban trabajar luego como psicólogos sociales? Una
minoría. Pero, por esta minoría, ¿cerraríamos estos valiosos espacios de
reflexión a los otros? ¿Generaríamos condiciones tales de exigencia que no les
fuera atractivo o posible su ingreso? A estas personas a las que las escuelas
daban además, en un contrato absolutamente no explicitado, continencia,
pertenencia y afiliación.
Personas a las que se las exponía a través de una experiencia única y se
las dotaba de una capacidad transformadora que al menos se vuelve operativa en los
núcleos familiares, en las distintas instituciones en las cuales estas personas
se insertan como ciudadanos, y no necesariamente como psicólogos sociales. Una
formación que obliga al individuo a reflexionar sobre los valores, las normas,
creencias y que desarrolla estructuras de cooperación y solidaridad.
Esta singularidad de las escuelas de psicología social nos crea un
dilema, que los psicólogos sociales en APSRA tendremos que convertir en
problema para luego, encontrar una solución.
Creo que en muy breve plazo, escuelas y APSRA, tendrían que consensuar
aspectos importantes de la formación. Tanto escuelas como APSRA deberían
utilizar criterios objetivos de evaluación y supervisión en todas las
dimensiones que atraviesan las instituciones y sus protagonistas.
Deberíamos abrirnos a todos los autores y corrientes del pensamiento
siempre que conservemos algo de “lo argentino”, de esta enseñanza de la
psicología social, como es el dispositivo educativo de los grupos operativos y
la circulación del conocimiento, sin rigidizar el lugar del saber, que todos
sabemos y no decimos, tiene que ver con el lugar del poder.
En lo personal, me gustaría que en este proceso de apertura no se
perdiera a Pichon, es más, podríamos volver a sus orígenes, para poder alinear
a los nuevos autores, acontecimientos y paradigmas para actualizar el
“concepto” que corresponde al modelo del ECRO.
Pero me preocuparía mucho que nos cerráramos en Pichon, congelando tanto
sus ideas como su actitud ante la vida.
Justamente no hacerlo, es un homenaje a su pensamiento.
También creo que en APSRA tenemos que asumir, sin
ningún tipo de prejuicio el protagonismo que implica poder cumplimentar con las
escuelas la formación del psicólogo social.
Creo que podemos consensuar con las Escuelas un puente entre la
formación de ellas y la finalización de la formación necesaria para que seamos
y tengamos profesionales idóneos.
De esta manera, al estar APSRA presente en la formación y en especial,
en la última etapa de la misma, podrá como asociación profesional, avalar a
estos profesionales, que están formados en base a parámetros acordados
previamente, de calidad, de ética y de idoneidad.
No todas las escuelas están en condiciones de otorgar una formación
idónea. Debieran ser consideradas solamente aquellas que puedan garantizar ese
nivel apto de formación.
APSRA también debe producir importantes cambios institucionales para
garantizar su nuevo rol y adaptarse activamente a este nuevo escenario.
En conjunto se podrá orientar la especialización en determinadas tareas
y áreas de trabajo, que tienen demanda laboral insatisfecha.
También, desde un nuevo posicionamiento institucional, al garantizar
idoneidad profesional, se podrá despertar la demanda de psicólogos sociales en
muchas organizaciones, instituciones y comunidades que los necesitan.
Para evitar así, que lo legal sea un obstáculo para que los problemas no
encuentren la potencia transformadora de lo legítimo.
Muchas gracias por su atención
Buenos Aires, 15 de septiembre de 2004
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