domingo, 14 de febrero de 2016

ÉTICA Y PODER EN ÉPOCAS DE CRISIS

ÉTICA Y PODER EN ÉPOCAS DE CRISIS
Adriana Zambrini

"En todo ser racional existe la capacidad para distinguir lo verdadero de lo falso, de sopesar las evidencias y de confrontar el mundo con las ilusiones. En esta capacidad es donde reside nuestra dignidad"
Spinoza

El diccionario etimológico define por crisis: El punto decisivo, el momento inestable. Es cortar, separar, decidir.  Es el momento decisivo y grave de una persona, situación o colectividad.
Esta definición de crisis me cuestiona la utilidad de la misma, para determinada imagen de pensamiento que necesita de la potencia colectiva para establecerse.
Quiero partir de la hipótesis de una cultura de la crisis y no una cultura en crisis. Por lo tanto la crisis como productora y funcional a un determinado juego de poder.
Antonio Negri ya nos alerta de la necesidad de la crisis en la modernidad, lo que él define como "el orden contra el deseo". De este modo se impone un poder trascendente constituido contra un poder inmanente constituyente.
Pensar en términos de crisis nos ubica en una oposición binaria, de opuestos, que caracteriza nuestra imagen de pensamiento occidental. Gobierna de este modo la producción de ideas y de afectos, y somete a los cuerpos a una puja de fuerzas donde las fuerzas del orden ganan la partida a las fuerzas activas de creación.
Bergson ya nos advierte del peligro de los problemas mal planteados, que encierran a los elementos en cuestión en una relación que solo confirma el campo de lo imposible, que desde una justificación trascendentalista reafirma la idea de un ser carenciado frente al modelo o ideal siempre imposible de lograr.
Esta convicción de lo inalcanzable que opera como ordenador del pensamiento y la acción, somete el deseo del hombre a un peregrinar ininterrumpido por objetos que obturan la proliferación deseante. Este mundo de objetos y sujetos relacionados de un modo determinista y alienante, en la búsqueda infructuosa de una completud imaginaria que interrumpe el devenir, cambia en el hombre el poder de la acción y la experimentación como expresión de su potencia, por el poder de posesión reaseguradora del objeto. Una metafísica que destituye a una ontología.
El hombre alejado del ser y su potencia, cambia la libertad y la confianza en sí mismo, por la seguridad y el miedo a perder lo constituido.
La crisis como tal, podría pensarse en términos de la instalación de este mecanismo de control, en tanto se parte de la convicción de un sujeto débil y culpable que debe ser controlado y manipulado hacia una finalidad preestablecida, que opera como garantía del bien y de la salud, en tanto ésta implica la adaptación a los parámetros de una organización social que desde una trascendencia del poder de dominación, estipula las reglas de juego de lo correcto y lo incorrecto La crisis, entonces, podríamos pensarla como un instrumento de un proyecto moralizador del mundo, que organiza los valores en relación a la funcionalidad a un sistema que se otorga el derecho natural del bien y del mal.
Un proyecto de vida ético, por el contrario prioriza la libre expresión de una comunidad o de sus individuos, como singularidades constituidas por un grado de potencia.
La potencia, dice Spinoza, es un grado de intensidad que nos caracteriza a cada uno como singularidad, y que se manifiesta en el cuerpo y el espíritu a través de nuestra capacidad de afectar y ser afectados. Una potencia que es interior a la Naturaleza, que nos incluye en ella y no nos define por ninguna cualidad racional.
Por lo tanto la vida es una problematización permanente, que nos enfrenta a la responsabilidad de experimentar la mejor relación posible entre todos los cuerpos que coexistimos en la naturaleza. La destrucción de cualquier elemento de la misma atenta contra nuestra propia destrucción, ya que participamos de una misma masa de fuerzas aunque en grado diferente.
La crisis como enfrentamiento de poderes, del poder de control contra el poder de acción, en función de un orden que organiza la acción y por lo tanto el deseo, promueve una disminución en nuestra capacidad de actuar y de pensar, que nos aleja de nuestras fuerzas, ya sea como individuos o como comunidad.
La crisis, al relacionar los elementos en cuestión de modo tal que el problema quede enunciado como conflicto, o sea como enfrentamiento de intereses y fuerzas, demora al sujeto en un aislamiento individual, oponiendo la realidad a un supuesto mundo interno.
Los valores de la cooperación y la solidaridad, producidos a partir de la mezcla de los cuerpos, se cambian por rivalidades establecidas previamente por un juego que valora la competencia y la posesión de bienes o ideas únicas, antes que la existencia como movimiento y relación de heterogeneidades.
El intento nuevamente de separar la subjetividad personal de la subjetividad social, o de desligar la subjetividad social del agenciamiento donde ésta se produce, es un intento manipulador de los diversos agentes de éste agenciamiento, de aislar al individuo o a ciertos sectores de la comunidad que podrían ser potenciales agentes de cambio, si recuperasen la conciencia discriminadora entre verdad e ilusión.
El efecto anestesiante del estado permanente de crisis, como estado ambiguo, inestable, justifica la acción decidida de los que se autoproclaman esclarecidos.
Políticos, empresarios, docentes, terapeutas, publicistas... la lista de lugares sociales autoesclarecidos es interminable, nutriéndose de la potencia de quienes los ocupan transitoriamente, ya que para ser un conspicuo representante del juego hay que renunciar a la autonomía de la acción y el pensamiento, a cambio de la ilusión de prestigio y seguridad.
Al ser actores de estos movimientos deben quedar sometidos a sus consecuencias, por lo tanto deben ofrecer a cambio ciertos flujos vitales como rehenes del juego.
Nuevamente la separación y división de los flujos que permiten garantizar zonas de crisis en cualquier individuo. Cada sujeto es parte del juego reproductor de crisis.
El que no se somete e intenta entramar con una realidad siempre cambiante, afirmar su diferencia, es marginado y clasificado como amenaza.
Nutrirse de afectos de desencanto, angustia, miedo, dolor, otorgan la seguridad de que ningún cambio es posible, y que solo hay que dejarse llevar por la certeza de lo imposible.
Lo heterogéneo, lo móvil, lo cambiante, es vivido como amenaza frente a un poder que requiere de la masificación homogénea de lo mismo.
Todo pensamiento o acción creativa, que proponga otra relacionalidad de los signos, que produzca lenguaje, que desestabilice las verdades únicas, es vivido como una fisura al sistema e inmediatamente resignificado como un atentado contra la paz.  Una paz que al decir de Negri "queda signada por la fatiga de la lucha y la usura de las pasiones. Se reduce a la condición miserable de la mera supervivencia".
La desigualdad entre ricos y pobres, tan honda y siempre tan igual a sí misma, se instala en el lugar de lo heterogéneo, que denota una diferencia de potencias, cuando en realidad es solo una diferencia de poderes.
"La modernidad misma se define como crisis, una crisis nacida del conflicto ininterrumpido entre las fuerzas inmanentes constructivas, creativas y el poder trascendente que apunta a restaurar el orden" A. Negri.
Pero ¿cómo construir un devenir-sujeto colectivo, no de la crisis, sino de la potencia?  Pensar en términos de potencia consiste en cambiar una metafísica siempre trascendentalista por una ontología, siempre inmanentista. Esto es, que el hombre recupere su poder en el mundo, la confianza en su pensar y accionar.
Renunciar a los absolutos del Bien, de lo Justo... en nombre de los cuales todo está justificado, hasta la muerte. Este pensamiento de los absolutos confirma su poder en la seguridad de lo único y no de lo relativo al flujo de los acontecimientos, sin embargo en el momento de actuar justifica cualquier acción acomodando la lectura de los mismos en función de objetivos no siempre explícitos, y que responden a intereses que aseguren el control de cualquier manifestación de autonomía. ¿Será esto a lo que se llama hipocresía?
Cambiar la crisis, siempre instrumental al juego de poder de dominación, por una distancia crítica en el pensamiento y la acción, es una tarea de multitudes, de una subjetividad colectiva que cambie el régimen de signos cerrado y autoreferencial, por un territorio abierto al movimiento de las ideas y de las circunstancias.
Formular problematizaciones que vayan al ritmo de la realidad cambiante, y no insistir en preguntas mal formuladas que nos dejan boyando en una circularidad repetitiva, al servicio de que el deseo quede capturado en aislamientos internos que no son ingenuos.
Dice Nietzsche que lo ingenuo es una acción que no se propone ninguna finalidad previa. Opera por resonancias y relaciones múltiples de sus elementos, experimenta con la vida y la produce. No hay enfrentamiento, sino resistencia ante lo que se impone como una verdad única. Hay afirmación de los valores que permiten el despliegue de la autovaloración y la cooperación.
Hablar de afirmación y no de oposición, cambia el eje de la crisis por el de producción y problematización.
Para que advenga un nuevo sujeto social, que priorice la vida como afirmación, es necesario excluir del cuerpo social y de su pensamiento la naturalización de la explotación y la dominación de sus singularidades, por sobre su derecho a la autodeterminación.
Cambiar un proyecto moral por un proyecto ético, que despliegue las potencias singulares de la comunidad.
El problema abre y construye un espacio posible en la efectuación, en tanto las circunstancias se construyen desde el poder hacer.  Aquellas  fuerzas  reactivas, en tanto no gobiernen operan como reguladoras necesarias en un vaivén con la vida.
Pero cuando las fuerzas de organización se transforman en fuerzas de dominación y control, se interrumpe este devenir y sobreviene la crisis como su expresión.
Si existe una crisis, ésta es la del juego de un poder de organización que busca trasladar su mecanismo de la crisis al plano de lo individual, para liberarse de sus propias contradicciones, ya que este juego se alimenta de las fuerzas deseantes de la misma multitud que intenta controlar.
La crisis es separación, y es esta separación la que permite el afianzamiento de una organización de las fuerzas productivas del hacer y la apropiación de las mismas.
Mientras  el  sujeto  aislado reproduzca en la  intimidad  de  su  vida  cotidiana,  la crisis de  este  juego  de  poder, al liberar su potencia y capturarla al mismo tiempo en prejuicios, mandatos religiosos milenarios, manipulaciones de ideas, etc., que están al servicio de inmovilizar su poder creativo, estará convencido de ser culpable de no llegar al modelo ofrecido como meta de la vida. Se parte de una existencia culpable.
De este modo, el poder se libera de ser cuestionado en sus fines y puede moverse con impunidad, ya que es puesto en tela de juicio el individuo siempre imperfecto, y no el juego mismo. Cuánta responsabilidad tenemos los terapeutas en esta manipulación macabra, que hace de la existencia una pesadumbre justificada!!
Se nos vende como figuritas a intercambiar la convicción de nuestros males como producto de nuestros errores. De esta manera no se cuestiona lo que produce el mal, o sea lo que nos aleja de nuestro poder hacer, sino que nos sentimos responsables de los efectos que estos mecanismos producen, sin ver que nuestra responsabilidad pasa por no tener un pensamiento crítico que conozca los modos y los mecanismos de operar de este juego y sus objetivos, reproduciéndolos ciegamente.
Somos empleados útiles de lo que genera nuestra misma destrucción.
Spinoza ya en el 1600 se preguntaba por qué el hombre lucha por su propia esclavitud. Tanto la esclavitud del exitoso como la del perdedor en esta trama. Trama tramposa que nos hace perder contacto con nuestra propia esencia, esencia de intensidades múltiples, que queda capturada en la apología del dolor o del sometimiento a resultados siempre imaginarios.
Es así como situaciones de extrema urgencia como el hambre, la desocupación, la enfermedad por negligencia social, es cuestionada como disfunciones del sistema por mala praxis de sus representantes, y no como producciones mismas de este agenciamiento de poder. Hay culpables, y no un sistema perverso que financia a sus secuaces.
El pensamiento que opera en estos agenciamientos, actúa por analogía y semejanza, por lo tanto inmediatamente toda manifestación social de una operatoria manipuladora, es asemejada y analogada a toda producción individual: el hombre reproduce en su vida cotidiana los mismos movimientos de este agenciamiento de poder, pero por falta de una distancia crítica no percibe su reproducción, sino que la vive como producción propia. De este modo el agenciamiento no queda cuestionado y el sujeto queda capturado en una subjetividad colectiva que no percibe como tal, sino que se percibe como una entidad aislada y desadaptada.
A tales fines la ciencia muchas veces ofrece sus conocimientos para reaseguro de la no-desestabilización de la organización de control necesaria.
¿Existe enfermedad mental que no sea la reproducción de la enfermedad social? ¿Hay subjetividad por fuera del mundo?
Toda una estética de la soledad y del miedo ante lo impredecible. Una estética de la vida coagulada en representaciones que denuncian la identidad y la jerarquización como mecanismos tranquilizadores. Un cuerpo saturado por el ansia de objetos y un espíritu anestesiado a las sensaciones de lo inédito. El mundo de la tristeza que hace alianza con la impunidad.
Pero estos mecanismos aplastantes de la analogía, la semejanza y lo idéntico, no solo operan desde lo externo a lo interno, no, su poder expansivo llega al mundo en su complejidad: el llamado primer mundo, modelo, ejerce su juicio sobre el llamado tercer mundo, una mala copia. Es así como en el tercer mundo se denuncia la corrupción y la perversión de los representantes, mediatizada por la justificación de que aún nos falta para llegar a la perfección del modelo que se debe encarnar.
Se completa el juego perverso: el modelo existe, solo hay que identificarse a él. Todo se reduce a un tema de buenos y malos pretendientes...
Pero bueno, aquí estamos: se declara la guerra... ¿a qué? A la Ética. A la diferencia. Al poder de la potencia.
El discurso del soberano es de índole moral, se hace la guerra en nombre de la esencia humana y se desconoce la diferencia de los existentes, su configuración cultural y religiosa.
El poder se hace profético, se habla en nombre de un dios, del Bien, de la Justicia. Una guerra moral que desconoce la potencia ética de lo humano.
Y todo se desmorona!!! El mejor pretendiente del modelo muestra sus miserias: El pueblo no debe saber de qué se trata... debe dormir en su sueño de asno!!! No hay que desasnar!!  La prensa no debe hablar, no debe mostrar. La comunicación muestra su verdad.
El tercer mundo denuncia, tiene poco que perder. Una parte del primer mundo que queda afuera se alía a las fuerzas dispersas y configuradas del tercero, el mapa cambia su distribución pero aún persiste el mismo territorio, aunque fisurado, con sus contornos abiertos. Peligro!!! Hay que reforzar el control del centro, inhibir toda producción de consistencia...
El mundo sangra en el cuerpo de miles de inocentes anónimos.
El mundo de la representación cae, las calles se pueblan de una multitud que no se reconoce en sus gobernantes... ¿Será el fin de lo que se ha dado en llamar democracia? ¿Habrá que inventar otra nominación que responda a una realidad donde las relaciones de fuerzas están en crisis? ¿Crisis...?
Habíamos dicho que era un punto decisivo, un momento inestable donde algo hay que cortar. Donde se impone decidir.
¿Pero de qué crisis hablamos? ¿De la que es funcional al agenciamiento, con sus preguntas prefijadas, sus jerarquizaciones bien identificadas, su campo de posibilidad limitado a los intereses del juego? O ¿de una crisis que deviene distancia crítica, movimiento problematizador, campo de posibilidades, potencia colectiva?
Una ética de lo plural a diferencia de una bipolaridad moralizante. Un desierto a poblar, un plano a construir, una alegría de afirmación que resiste a la tristeza de lo inmóvil.
Una ruptura de paradigmas, un cambio en la relación de los signos, un modo otro de pensar y sentir la vida, un accionar que construya realidad, un sujeto que priorice la presencia del otro, que capte en una intuición vital que el adentro y el afuera habitan un mismo espacio.
Un sujeto dispuesto a construir nuevos lenguajes, a poblarse de nuevas sensaciones. Una tarea imposible de hacer en soledad.
Cada vez más se impone emigrar de nosotros mismos, experimentar las mezclas de cuerpos, en lugar de transferir fantasmas que a su vez nos transfieren.
¿Será esto poblar la vida?


CONTRADICCIONES GRUPALES Y PSICOLOGÍA SOCIAL

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CONTRADICCIONES GRUPALES Y PSICOLOGÍA SOCIAL
Ronaldo Wright
Publicado en El Semejante - Año 6 Nro. 36 de abril de 2007
Avanzando un poco más en el recorrido que iniciamos al analizar el concepto de dialéctica y sus leyes específicas —que aplica nuestra Psicología Social— para adentrarnos ahora en las contradicciones que conducen a la producción de un saber-hacer-aquí-y-ahora. Cuando los operadores psicosociales trabajamos coordinando grupos, nuestra tarea se resuelve al modo de una mayéutica socrática sostenida por un diálogo crítico
Así, se van alternando ideas e interrogantes múltiples que tienen una direccionalidad y, precisamente, derivan en la producción del referido “saber”
Veamos a continuación algunos de los pares contradictorios que se presentan en los procesos grupales y que son, en definitiva, los que tenderán a la promoción de transformaciones creativas (“inventos”) de lo existente, redundando en una mayor —y mejor— adaptación activa a la realidad
Las cinco contradicciones fundamentales que aquí abordaremos son las siguientes:
1) “sujeto - grupo”,
2) “necesidad - satisfacción”,
3) “lo viejo - lo nuevo”,
4) “proyecto -resistencia al cambio”, y
5) “lo manifiesto - lo latente”
Comentaremos algunas consecuencias que conlleva la aplicación de la dialéctica a la comprensión de los procesos grupales, operando con los distintos ropajes que tales pares opuestos presentan en el decurso de su movimiento espiralado
Cada situación grupal, cada una de sus etapas constitutivas que la determinan, va a estar marcada por el predominio de alguna de estas contradicciones, a la que llamaremos, consecuentemente, contradicción dominante o principal
Abramos la temática con algo más de detalle y, por supuesto, sin una pretensión mayor que la de constituir un esbozo meramente ilustrativo acerca de esta cambiante dinámica
Sujeto - Grupo: Conocemos a este par dialéctico como verticalidad (lo referido a la historia personal del individuo) y horizontalidad (aquello que involucra a todos los miembros de un grupo)
Esta contradicción suele aparecer fuertemente en las primeras reuniones de un grupo nuevo, jugándose aquí el impacto subjetivo de cada integrante frente a los demás
Ser soporte de las escenas transferenciales de los otros es siempre inquietante
Vemos, además, que un polo está contenido en el otro, pues todo grupo está integrado por sujetos y en todo sujeto siempre encontramos presente su grupo interno (familia, maestros, referentes ideológicos, etc.)
Es importante el respeto a la singularidad y a las diferencias, pues un grupo con la fantasía de ser todos iguales logra convertirse en una masa amorfa, ya que no se discute, no hay oposición… y no hay crecimiento
Jaime Rozenbom dice: “para ser dos lo mejor es que cada uno sea uno”
Necesidad - Satisfacción: Entendemos al individuo como un ser de necesidades, que sólo se satisfacen socialmente en relaciones que lo determinan
En los grupos advertimos que cada miembro tiene sus propias necesidades, como así también puntuales expectativas de satisfacción
La necesidad es el fundamento motivacional del vínculo. Pues, entonces, nos encontraremos con necesidades comunes, complementarias y contradictorias
El proyecto grupal será la estrategia que va a permitir cubrir esas necesidades
Podríamos plantear una fórmula ideal: a partir de la satisfacción de las necesidades complementarias, marchemos a la búsqueda de satisfacer las necesidades comunes, resolviendo en el trayecto las necesidades contradictorias
Un posible peligro surge en grupos donde siempre se está acríticamente conforme con lo producido
Hablamos aquí de estancamiento en la satisfacción

Lo viejo - Lo nuevo: Tal como podemos apreciar, lo nuevo tiene muchas veces la tendencia a colocarse como enemigo del sujeto, pues requiere de recursos operativos para su resolución
Por apasionante que pueda ser una tarea grupal, siempre está al acecho su par opuesto: la resistencia
Esta contradicción dialéctica es permanente, es constante
Un polo está contenido en el otro, pues lo viejo alguna vez fue nuevo y el destino de lo nuevo es transformarse en viejo
Desde nuestra óptica psicosocial, en los cambios hay por lo menos tres momentos de relevancia: a) la negación de aspectos sustanciales de lo viejo; b) la conservación de otro modo de algo de aquello que era lo anterior; y c) la superación dialéctica y la ulterior emergencia de lo nuevo
Tal superación es el fundamento principal, la síntesis de un orden superior y más acabado
Proyecto - Resistencia al Cambio: El proyecto es la estrategia para la acción que permitirá la satisfacción de las necesidades
Implica, por ende, elaborar un futuro adecuado de un modo dinámico, con un estilo propio y con una concepción que contemple la propia finitud del individuo
Pero sabemos que toda situación grupal es potencialmente generadora de ansiedades, produciendo tanto desestructuraciones como reestructuraciones en sus integrantes
Si ese umbral de ansiedades se eleva bastante, suele aparecer la resistencia al cambio
Frente a la tarea del grupo surgen dos miedos básicos: 1) el miedo a la pérdida del equilibrio ya logrado; y 2) el miedo al ataque de la nueva situación, en la que el sujeto no se siente adecuadamente instrumentado
Ambas ansiedades básicas, que coexisten y cooperan entre sí, configuran —cuando su monto aumenta— la aludida resistencia al cambio
Lo manifiesto - Lo latente: Existen dos categorías de fenómenos que los Psicólogos Sociales debemos distinguir: por un lado, la dimensión de lo manifiesto o explícito; y por el otro, el mundo de lo latente o implícito, lo subyacente u oculto
Ello toda vez que incluimos los contenidos inconscientes para comprender el acontecer grupal
Cada miembro del grupo, al hablar “dice más” de lo que voluntariamente quiere
Más que hablar, somos hablados
Pues, al hacerlo cada sujeto se hace portavoz —inconscientemente— de sus modelos de pensar, sentir y hacer… de sus matrices de aprendizaje
Toda vida psíquica es considerada como la interacción entre aspectos del mundo interno (grupo interno) en permanente interrelación dialéctica con el mundo exterior
Aplicando técnicas de acción idóneas podemos lograr hacer explícito un contenido oculto pues todo pozo, por profundo que sea, empieza por la superficie
Sostenemos una Psicología Social que no pretenda transformarse en una cosmovisión de mundo inamovible, sino que pueda encontrarse con otros saberes en su condición de verdadera interciencia.
La singularidad humana se construye en su realización con los otros —en la intersubjetividad— como así también en el interior de una cultura concreta. Cuando operamos en el terreno de lo grupal y sus contradicciones, la posición del coordinador psicosocial oscilará entre una ataraxia no respondiente y una cálida sensibilidad, en pos de cohesionar eso de lo heterogéneo que hallamos en el pensar, en el sentir y en el hacer de cada integrante
Una contradicción nunca va en contra de una coherencia
Desde nuestro lugar de co-pensores y agentes del cambio planificado, estamos acostumbrados a trabajar con lo opuesto, con lo distinto, con lo diferente…afortunadamente!!! Sólo los peces muertos nadan con la corriente