ÉTICA Y PODER EN ÉPOCAS DE CRISIS
Adriana
Zambrini
"En todo ser racional existe la
capacidad para distinguir lo verdadero de lo falso, de sopesar las evidencias y
de confrontar el mundo con las ilusiones. En esta capacidad es donde reside
nuestra dignidad"
Spinoza
El diccionario etimológico define por crisis: El punto
decisivo, el momento inestable. Es cortar, separar, decidir. Es el momento decisivo y grave de una
persona, situación o colectividad.
Esta definición de crisis me cuestiona la utilidad de la
misma, para determinada imagen de pensamiento que necesita de la potencia
colectiva para establecerse.
Quiero partir de la hipótesis de una cultura de la crisis
y no una cultura en crisis. Por lo tanto la crisis como productora y funcional
a un determinado juego de poder.
Antonio Negri ya nos alerta de la necesidad de la crisis
en la modernidad, lo que él define como "el orden contra el deseo".
De este modo se impone un poder trascendente constituido contra un poder
inmanente constituyente.
Pensar en términos de crisis nos ubica en una oposición
binaria, de opuestos, que caracteriza nuestra imagen de pensamiento occidental.
Gobierna de este modo la producción de ideas y de afectos, y somete a los
cuerpos a una puja de fuerzas donde las fuerzas del orden ganan la partida a
las fuerzas activas de creación.
Bergson ya nos advierte del peligro de los problemas mal
planteados, que encierran a los elementos en cuestión en una relación que solo
confirma el campo de lo imposible, que desde una justificación trascendentalista
reafirma la idea de un ser carenciado frente al modelo o ideal siempre
imposible de lograr.
Esta convicción de lo inalcanzable que opera como
ordenador del pensamiento y la acción, somete el deseo del hombre a un
peregrinar ininterrumpido por objetos que obturan la proliferación deseante.
Este mundo de objetos y sujetos relacionados de un modo determinista y
alienante, en la búsqueda infructuosa de una completud imaginaria que
interrumpe el devenir, cambia en el hombre el poder de la acción y la
experimentación como expresión de su potencia, por el poder de posesión
reaseguradora del objeto. Una metafísica que destituye a una ontología.
El hombre alejado del ser y su potencia, cambia la
libertad y la confianza en sí mismo, por la seguridad y el miedo a perder lo
constituido.
La crisis como tal, podría pensarse en términos de la
instalación de este mecanismo de control, en tanto se parte de la convicción de
un sujeto débil y culpable que debe ser controlado y manipulado hacia una
finalidad preestablecida, que opera como garantía del bien y de la salud, en
tanto ésta implica la adaptación a los parámetros de una organización social
que desde una trascendencia del poder de dominación, estipula las reglas de
juego de lo correcto y lo incorrecto La crisis, entonces, podríamos pensarla
como un instrumento de un proyecto moralizador del mundo, que organiza los
valores en relación a la funcionalidad a un sistema que se otorga el derecho
natural del bien y del mal.
Un proyecto de vida ético, por el contrario prioriza la
libre expresión de una comunidad o de sus individuos, como singularidades
constituidas por un grado de potencia.
La potencia, dice Spinoza, es un grado de intensidad que
nos caracteriza a cada uno como singularidad, y que se manifiesta en el cuerpo
y el espíritu a través de nuestra capacidad de afectar y ser afectados. Una
potencia que es interior a la Naturaleza, que nos incluye en ella y no nos
define por ninguna cualidad racional.
Por lo tanto la vida es una problematización permanente,
que nos enfrenta a la responsabilidad de experimentar la mejor relación posible
entre todos los cuerpos que coexistimos en la naturaleza. La destrucción de
cualquier elemento de la misma atenta contra nuestra propia destrucción, ya que
participamos de una misma masa de fuerzas aunque en grado diferente.
La crisis como enfrentamiento de poderes, del poder de
control contra el poder de acción, en función de un orden que organiza la
acción y por lo tanto el deseo, promueve una disminución en nuestra capacidad
de actuar y de pensar, que nos aleja de nuestras fuerzas, ya sea como
individuos o como comunidad.
La crisis, al relacionar los elementos en cuestión de
modo tal que el problema quede enunciado como conflicto, o sea como
enfrentamiento de intereses y fuerzas, demora al sujeto en un aislamiento
individual, oponiendo la realidad a un supuesto mundo interno.
Los valores de la cooperación y la solidaridad,
producidos a partir de la mezcla de los cuerpos, se cambian por rivalidades
establecidas previamente por un juego que valora la competencia y la posesión
de bienes o ideas únicas, antes que la existencia como movimiento y relación de
heterogeneidades.
El intento nuevamente de separar la subjetividad personal
de la subjetividad social, o de desligar la subjetividad social del
agenciamiento donde ésta se produce, es un intento manipulador de los diversos
agentes de éste agenciamiento, de aislar al individuo o a ciertos sectores de
la comunidad que podrían ser potenciales agentes de cambio, si recuperasen la
conciencia discriminadora entre verdad e ilusión.
El efecto anestesiante del estado permanente de crisis,
como estado ambiguo, inestable, justifica la acción decidida de los que se
autoproclaman esclarecidos.
Políticos, empresarios, docentes, terapeutas,
publicistas... la lista de lugares sociales autoesclarecidos es interminable,
nutriéndose de la potencia de quienes los ocupan transitoriamente, ya que para
ser un conspicuo representante del juego hay que renunciar a la autonomía de la
acción y el pensamiento, a cambio de la ilusión de prestigio y seguridad.
Al ser actores de estos movimientos deben quedar
sometidos a sus consecuencias, por lo tanto deben ofrecer a cambio ciertos
flujos vitales como rehenes del juego.
Nuevamente la separación y división de los flujos que
permiten garantizar zonas de crisis en cualquier individuo. Cada sujeto es
parte del juego reproductor de crisis.
El que no se somete e intenta entramar con una realidad
siempre cambiante, afirmar su diferencia, es marginado y clasificado como
amenaza.
Nutrirse de afectos de desencanto, angustia, miedo,
dolor, otorgan la seguridad de que ningún cambio es posible, y que solo hay que
dejarse llevar por la certeza de lo imposible.
Lo heterogéneo, lo móvil, lo cambiante, es vivido como
amenaza frente a un poder que requiere de la masificación homogénea de lo
mismo.
Todo pensamiento o acción creativa, que proponga otra
relacionalidad de los signos, que produzca lenguaje, que desestabilice las
verdades únicas, es vivido como una fisura al sistema e inmediatamente
resignificado como un atentado contra la paz.
Una paz que al decir de Negri "queda signada por la fatiga de la
lucha y la usura de las pasiones. Se reduce a la condición miserable de la mera
supervivencia".
La desigualdad entre ricos y pobres, tan honda y siempre
tan igual a sí misma, se instala en el lugar de lo heterogéneo, que denota una
diferencia de potencias, cuando en realidad es solo una diferencia de poderes.
"La modernidad misma se define como crisis, una
crisis nacida del conflicto ininterrumpido entre las fuerzas inmanentes
constructivas, creativas y el poder trascendente que apunta a restaurar el
orden" A. Negri.
Pero ¿cómo construir un devenir-sujeto colectivo, no de
la crisis, sino de la potencia? Pensar
en términos de potencia consiste en cambiar una metafísica siempre
trascendentalista por una ontología, siempre inmanentista. Esto es, que el
hombre recupere su poder en el mundo, la confianza en su pensar y accionar.
Renunciar a los absolutos del Bien, de lo Justo... en
nombre de los cuales todo está justificado, hasta la muerte. Este pensamiento
de los absolutos confirma su poder en la seguridad de lo único y no de lo
relativo al flujo de los acontecimientos, sin embargo en el momento de actuar
justifica cualquier acción acomodando la lectura de los mismos en función de
objetivos no siempre explícitos, y que responden a intereses que aseguren el
control de cualquier manifestación de autonomía. ¿Será esto a lo que se llama
hipocresía?
Cambiar la crisis, siempre instrumental al juego de poder
de dominación, por una distancia crítica en el pensamiento y la acción, es una
tarea de multitudes, de una subjetividad colectiva que cambie el régimen de
signos cerrado y autoreferencial, por un territorio abierto al movimiento de
las ideas y de las circunstancias.
Formular problematizaciones que vayan al ritmo de la
realidad cambiante, y no insistir en preguntas mal formuladas que nos dejan
boyando en una circularidad repetitiva, al servicio de que el deseo quede
capturado en aislamientos internos que no son ingenuos.
Dice Nietzsche que lo ingenuo es una acción que no se
propone ninguna finalidad previa. Opera por resonancias y relaciones múltiples
de sus elementos, experimenta con la vida y la produce. No hay enfrentamiento,
sino resistencia ante lo que se impone como una verdad única. Hay afirmación de
los valores que permiten el despliegue de la autovaloración y la cooperación.
Hablar de afirmación y no de oposición, cambia el eje de
la crisis por el de producción y problematización.
Para que advenga un nuevo sujeto social, que priorice la
vida como afirmación, es necesario excluir del cuerpo social y de su
pensamiento la naturalización de la explotación y la dominación de sus
singularidades, por sobre su derecho a la autodeterminación.
Cambiar un proyecto moral por un proyecto ético, que
despliegue las potencias singulares de la comunidad.
El problema abre y construye un espacio posible en la
efectuación, en tanto las circunstancias se construyen desde el poder hacer. Aquellas
fuerzas reactivas, en tanto no
gobiernen operan como reguladoras necesarias en un vaivén con la vida.
Pero cuando las fuerzas de organización se transforman en
fuerzas de dominación y control, se interrumpe este devenir y sobreviene la
crisis como su expresión.
Si existe una crisis, ésta es la del juego de un poder de
organización que busca trasladar su mecanismo de la crisis al plano de lo
individual, para liberarse de sus propias contradicciones, ya que este juego se
alimenta de las fuerzas deseantes de la misma multitud que intenta controlar.
La crisis es separación, y es esta separación la que
permite el afianzamiento de una organización de las fuerzas productivas del
hacer y la apropiación de las mismas.
Mientras el sujeto
aislado reproduzca en la
intimidad de su
vida cotidiana, la crisis de
este juego de
poder, al liberar su potencia y capturarla al mismo tiempo en
prejuicios, mandatos religiosos milenarios, manipulaciones de ideas, etc., que
están al servicio de inmovilizar su poder creativo, estará convencido de ser
culpable de no llegar al modelo ofrecido como meta de la vida. Se parte de una
existencia culpable.
De este modo, el poder se libera de ser cuestionado en
sus fines y puede moverse con impunidad, ya que es puesto en tela de juicio el
individuo siempre imperfecto, y no el juego mismo. Cuánta responsabilidad
tenemos los terapeutas en esta manipulación macabra, que hace de la existencia
una pesadumbre justificada!!
Se nos vende como figuritas a intercambiar la convicción
de nuestros males como producto de nuestros errores. De esta manera no se
cuestiona lo que produce el mal, o sea lo que nos aleja de nuestro poder hacer,
sino que nos sentimos responsables de los efectos que estos mecanismos
producen, sin ver que nuestra responsabilidad pasa por no tener un pensamiento
crítico que conozca los modos y los mecanismos de operar de este juego y sus
objetivos, reproduciéndolos ciegamente.
Somos empleados útiles de lo que genera nuestra misma
destrucción.
Spinoza ya en el 1600 se preguntaba por qué el hombre
lucha por su propia esclavitud. Tanto la esclavitud del exitoso como la del
perdedor en esta trama. Trama tramposa que nos hace perder contacto con nuestra
propia esencia, esencia de intensidades múltiples, que queda capturada en la
apología del dolor o del sometimiento a resultados siempre imaginarios.
Es así como situaciones de extrema urgencia como el
hambre, la desocupación, la enfermedad por negligencia social, es cuestionada
como disfunciones del sistema por mala praxis de sus representantes, y no como
producciones mismas de este agenciamiento de poder. Hay culpables, y no un
sistema perverso que financia a sus secuaces.
El pensamiento que opera en estos agenciamientos, actúa
por analogía y semejanza, por lo tanto inmediatamente toda manifestación social
de una operatoria manipuladora, es asemejada y analogada a toda producción
individual: el hombre reproduce en su vida cotidiana los mismos movimientos de
este agenciamiento de poder, pero por falta de una distancia crítica no percibe
su reproducción, sino que la vive como producción propia. De este modo el
agenciamiento no queda cuestionado y el sujeto queda capturado en una
subjetividad colectiva que no percibe como tal, sino que se percibe como una
entidad aislada y desadaptada.
A tales fines la ciencia muchas veces ofrece sus
conocimientos para reaseguro de la no-desestabilización de la organización de
control necesaria.
¿Existe enfermedad mental que no sea la reproducción de
la enfermedad social? ¿Hay subjetividad por fuera del mundo?
Toda una estética de la soledad y del miedo ante lo
impredecible. Una estética de la vida coagulada en representaciones que
denuncian la identidad y la jerarquización como mecanismos tranquilizadores. Un
cuerpo saturado por el ansia de objetos y un espíritu anestesiado a las
sensaciones de lo inédito. El mundo de la tristeza que hace alianza con la
impunidad.
Pero estos mecanismos aplastantes de la analogía, la
semejanza y lo idéntico, no solo operan desde lo externo a lo interno, no, su
poder expansivo llega al mundo en su complejidad: el llamado primer mundo,
modelo, ejerce su juicio sobre el llamado tercer mundo, una mala copia. Es así
como en el tercer mundo se denuncia la corrupción y la perversión de los
representantes, mediatizada por la justificación de que aún nos falta para
llegar a la perfección del modelo que se debe encarnar.
Se completa el juego perverso: el modelo existe, solo hay
que identificarse a él. Todo se reduce a un tema de buenos y malos
pretendientes...
Pero bueno, aquí estamos: se declara la guerra... ¿a qué?
A la Ética. A la diferencia. Al poder de la potencia.
El discurso del soberano es de índole moral, se hace la
guerra en nombre de la esencia humana y se desconoce la diferencia de los
existentes, su configuración cultural y religiosa.
El poder se hace profético, se habla en nombre de un
dios, del Bien, de la Justicia. Una guerra moral que desconoce la potencia
ética de lo humano.
Y todo se desmorona!!! El mejor pretendiente del modelo
muestra sus miserias: El pueblo no debe saber de qué se trata... debe dormir en
su sueño de asno!!! No hay que desasnar!!
La prensa no debe hablar, no debe mostrar. La comunicación muestra su
verdad.
El tercer mundo denuncia, tiene poco que perder. Una
parte del primer mundo que queda afuera se alía a las fuerzas dispersas y
configuradas del tercero, el mapa cambia su distribución pero aún persiste el
mismo territorio, aunque fisurado, con sus contornos abiertos. Peligro!!! Hay
que reforzar el control del centro, inhibir toda producción de consistencia...
El mundo sangra en el cuerpo de miles de inocentes
anónimos.
El mundo de la representación cae, las calles se pueblan
de una multitud que no se reconoce en sus gobernantes... ¿Será el fin de lo que
se ha dado en llamar democracia? ¿Habrá que inventar otra nominación que
responda a una realidad donde las relaciones de fuerzas están en crisis?
¿Crisis...?
Habíamos dicho que era un punto decisivo, un momento
inestable donde algo hay que cortar. Donde se impone decidir.
¿Pero de qué crisis hablamos? ¿De la que es funcional al
agenciamiento, con sus preguntas prefijadas, sus jerarquizaciones bien
identificadas, su campo de posibilidad limitado a los intereses del juego? O
¿de una crisis que deviene distancia crítica, movimiento problematizador, campo
de posibilidades, potencia colectiva?
Una ética de lo plural a diferencia de una bipolaridad
moralizante. Un desierto a poblar, un plano a construir, una alegría de
afirmación que resiste a la tristeza de lo inmóvil.
Una ruptura de paradigmas, un cambio en la relación de
los signos, un modo otro de pensar y sentir la vida, un accionar que construya
realidad, un sujeto que priorice la presencia del otro, que capte en una
intuición vital que el adentro y el afuera habitan un mismo espacio.
Un sujeto dispuesto a construir nuevos lenguajes, a
poblarse de nuevas sensaciones. Una tarea imposible de hacer en soledad.
Cada vez más se impone emigrar de nosotros mismos,
experimentar las mezclas de cuerpos, en lugar de transferir fantasmas que a su
vez nos transfieren.
¿Será esto poblar la vida?